La lactosa es un tipo de azúcar que se encuentra el la leche y productos lácteos. La lactosa para ser digerida se ha de procesar en el intestino por un enzima, la lactasa. Si este enzima no se produce en la cantidad suficiente la lactosa no se digiere y aparece la sintomatología típica de la intolerancia a la lactosa: distensión abdominal, cólicos abdominales, diarrea, gases (flatulencia) y náuseas.
Los síntomas se presentan frecuentemente de 30 minutos a dos horas después de comer o beber productos lácteos y, a menudo, se alivian evitando consumir estos productos. Las dosis grandes de productos lácteos pueden causar síntomas peores, mientras que dosis pequeñas, equivalentes a media taza de leche, son toleradas en muchos casos.
La intolerancia a la lactosa puede comenzar en diversos momentos en la vida. Los niños nacidos a término generalmente no muestran signos de intolerancia a la lactosa, hasta que tienen al menos 3 años de edad, y los bebés prematuros algunas veces la presentan. En las personas de raza blanca, generalmente comienza a afectar a los niños mayores de 5 años; mientras que en las personas de raza negra, la afección a menudo ya se presenta a los dos años de edad.
Hay razas en las que es más frecuente la intolerancia a la lactosa. Parece que existe una clara relación causa-efecto con el hábito de tomar leche. Aquellos pueblos que han sido tradicionalmente «ganaderos», que se han alimentado generación tras generación de la leche de los animales, presentan menos casos de intolerancia a la lactosa que otros pueblos no acostumbrados a su consumo. Así, hay una gran mayoría de adultos con intolerancia a la lactosa entre los tailandeses, centro-africanos, mejicanos, esquimales, mediterraneos y árabes, mientras que es una afección poco frecuente entre la población del norte y centro de Europa.
Además de características propias de la raza y del hábito de consumo de productos lácteos, hay situaciones que pueden causar intolerancia a la lactosa, como la cirugía del intestino, infecciones del intestino delgado por virus o bacterias (que pueden dañar las células que lo recubren) y otras alteraciones intestinales como el esprúe celíaco.
Clásicamente se ha tratado la intolerancia a la lactosa disminuyendo o eliminando de la dieta los productos que la contienen, lo que generalmente mejora los síntomas. Esta práctica tiene el varios inconvenientes. Por una parte, es difícil detectar que alimentos contienen lactosa, ya que es frecuente que se utilice como ingrediente en alimentos procesados. Otro inconveniente es que eliminar la leche y derivados de la dieta supone prescindir de una de las mejores fuentes dietéticas de calcio y vitamina D, y se han de buscar otras alternativas, como el sésamo, el brócoli “leches” vegetales y zumos enriquecidos en calcio o suplementos.
Hoy en día se producen leche y derivados lácteos a los que se les elimina totalmente la lactosa, y también se dispone del enzima lactasa en forma de cápsulas o comprimidos, que se puede tomar para compensar la falta de producción intestinal.